Héctor, el Matador de Hombres
Como cuando se presenta un melenudo león, a todos los pone en fuga a pesar de su empeño; así también los dánaos avanzaban en tropel, hiriendo a sus enemigos con espadas y lanzas de doble filo; mas al notar que Héctor recorría las hileras de los suyos, turbáronse y se les cayó el alma a los pies.
¡Oh dioses! Dijeron los Griegos, algún dios protegió y salvó nuevamente a Héctor, que ha quebrado las rodillas de muchos dánaos, como ahora lo hará también, pues no sin la voluntad de Zeus tonante aparece tan resuelto al frente de sus tropas.
luego, Héctor fue a encontrar al glorioso Ayax; y luchando los dos por un navío, ni Héctor conseguía arredrar a Ayax y pegar fuego a los bajeles, ni Ayax lograba rechazar a Héctor desde que un dios lo acercara al campamento.
Como se enfurece Ares blandiendo la lanza, o se embravece el pernicioso fuego en la espesura de poblada selva, así se enfurecía Héctor: su boca estaba cubierta de espuma, los ojos le centelleaban debajo de las torvas cejas y el casco palpitante, que le regalase Febo Apolo se agitaba terriblemente en sus sienes mientras peleaba. Y desde el éter, Zeus protegía únicamente a Héctor, entre tantos hombres, y le daba honor y gloria.
Y Héctor, resplandeciente como el fuego, saltó al centro de la turba como la ola impetuosa levantada por el viento
y como dañino león acomete un rebaño de muchas vacas que pacen a orillas del extenso lago y el león salta al centro, devora una vaca y las demás huyen espantadas: así los aqueos todos fueron puestos en fuga por Héctor y el padre Zeus.
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